DESIGUALDADES Y ESPERANZA

Autor: Marc Grau-Grau1

En un primer momento, la irrupción de la Covid-19 fue etiquetada de Gran Igualador. El virus no discrimina entre ricos y pobres. El discurso era bastante compartido: todos estamos expuestos, todos somos vulnerables, todos debemos estar confinados. Por lo tanto, no podemos pasear, no podemos ir a la escuela o la universidad, no podemos viajar, ni ir a los restaurantes, sean caros o económicos. La Covid-19 nos iguala a todos, como el semáforo rojo, que iguala, temporalmente, el coche pequeño y el grande.

Han hecho falta pocas semanas para ver que esta afirmación ha resultado terriblemente falsa. La primera lección ha sido, ciertamente, que todos somos vulnerables. La segunda lección ha sido que entre los más vulnerables su vulnerabilidad crecía aún más. Diferentes ejemplos en tres grandes ámbitos (salud, educación y trabajo) pueden ayudar a ilustrar la segunda lección.

SALUD. Entre las más de 300.000 personas que nos han dejado a causa del virus, hay personas ciertamente de toda condición social, económica y cultural. Un análisis más preciso ya nos indica que el impacto en los más vulnerables ha sido mucho más contundente. En Estados Unidos, el índice de mortalidad en los condados mayoritariamente de población afroamericana es seis veces mayor que en los condados predominantemente blancos. Los efectos indirectos en la mortalidad también serán devastadores para los más vulnerables. Un estudio reciente publicado en Lancet prevé la muerte adicional de entre 253.500 y 1.157.000 niños menores de 5 años en 118 países debido a la reducción de cobertura sanitaria y el acceso a la comida. Son palabras mayores.

EDUCACIÓN. El 60% de los niños y niñas de primaria del mundo no están recibiendo, debido al cierre físico de las escuelas y de la falta de acceso a internet, ningún tipo de educación. Nunca, hasta ahora, la brecha digital había causado una brecha educativa. En México, por ejemplo, el 56.4% de los hogares tienen acceso a internet. Sin embargo, en las zonas rurales, el 52.3% de la población no tienen acceso a internet. Lo que supone que a los más vulnerables les resulta mucho más complicado que la educación, al menos la escolarizada, entre en casa. A pesar de tener internet, el dispositivo usado por donde nos llegan las propuestas educativas es importante. No es lo mismo usar una computadora, una tableta o un celular. Y la falta de acceso a una computadora es mayor en el caso de las familias más vulnerables, solamente 16.4% de estos hogares cuentan con computadora.

TRABAJO REMUNERADO. Ciertamente, muchos empleos se han podido mantener de forma remota. Muchos otros no. De nuevo, la vulnerabilidad juega un papel. Un nuevo informe revela que los empleos con más riesgo son precisamente los peor pagados y que están desproporcionalmente desarrollados por jóvenes, recién llegados y personas con un bajo nivel de educación. Es interesante observar el caso de organizaciones concretas, y ver cómo los perfiles mejor remunerados, han podido continuar teletrabajando, mientras perfiles más vulnerables no han tenido la misma suerte.

Sin embargo, a pesar de concluir que la Covid-19 lejos de ser un gran igualador, intensifica las diferencias, es importante no caer en el catastrofismo. Hay al menos dos grandes vías esenciales, la institucional y la personal. La vía institucional consiste en que los organismos pertinentes sean conscientes del efecto desigualador del virus y pongan en funcionamiento las medidas necesarias. Las Naciones Unidas proponen cerrar la brecha digital, proteger los servicios sanitarios, mejorar la protección social y promover la paz, la buena gobernanza y la confianza. La vía personal nos interpela a todos. Es mantener la esperanza. Como el filósofo Ernst Bloch señala, podemos distinguir entre esperanza objetiva, el contenido de lo que esperamos, una nueva normalidad más sana para toda la humanidad, y la esperanza subjetiva, eso es la esperanza con que se espera, es el cómo. La esperanza esperando. Es como esperamos el contenido de la esperanza objetiva. Es nuestra actitud. Es nuestra mirada. Son nuestras palabras de ánimo. Son nuestras manos en movimiento. Es necesario que todos pongamos de nuestra parte para suavizar la situación.

1Marc Grau-Grau es Investigador en el Programa de mujeres y políticas públicas de la Escuela Kennedy de Harvard y experto en temas de paternidad.